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martes, 27 de junio de 2017

EL BOSQUE DE LA PACIENCIA...


                               Entré al bosque de los mareos, al antiguo bosque, donde los druidas enredan sentimientos, las ortigas acarician y las espinas muerden. Un bosque de sombras no nacidas de luz, de viejos troncos y frondosos árboles, de lianas cazadoras y arañas compungidas en telas, que no son de su calaña. Un bosque lúgubre y cansado, donde las criaturas son nuevas para la humana razón y las palabras navegan en lodos que ni el barro penetra. Camino descalzo, las piedras dejan su arena y se clavan en mis pies, mi piel huele musgo y veo crecer el hongo bajo la sombrilla de una flor de loto, imaginada y dibujada en mi mente como el hada de mi perfidia. Escucho como sucumbe el cielo y se moja la lluvia en mis cabellos, siento como la enredadera agita mi cuerpo y la planta carnívora deshace mi ropa. Caen los botones, las tiras de algodón, lo sintético se permea y la piel expone el temblor de mi frío sudor. El sufrir necesita lágrima y en la mejilla cae, el dolor pide calma y la mente se la regala, brota el ansia y los dientes muerden labios, a lo lejos amanece la Luna y no hay lobo que la aúlle. El castigo es infiel con la historia, la muerte sola se reclama, el infierno muestra sus flamas y el gnomo del bosque las abraza. Baila, brinca y danza el juglar del bosque, un hombre con cara de niño y cuerpo de centauro, con nombre de poeta y labios de sirena, con razón de vestal y entendimiento medio humano. Escribe escondido el sereno del bosque, viejo sabio de amañadas llaves y poseedor de los más bellos portales. Despiertan las sílfides, abren bocas los enterrados amantes en viejos árboles y sonríe la señora fantasía.  Llora su amargura un espíritu que solo enterró el corazón y dejó su alma vendida entre los ojos del gran búho que solo la excita, cuando su cuello contorsiona. Cada día vivo mi bosque y cada noche lo camino, en cada sueño lo imagino y en mis pesadillas, abrazo sus miedos.
                             Se cuenta en mi sueño, que una doncella entró en él. Era hermosa, de alma blanca y perfectos pies. Incrédula de mi relato, entró al bosque. Asumió el reto y lo caminó desnuda. En sus primeras hierbas, pudo oler mi lejana historia. En aturdidos troncos posó sus manos y tocó las cicatrices de las navajas de una vida. Sintió al erizo del tiempo resbalar por su espalda, al hechizo de un libro abierto, posar una lágrima en sus ojos y al recuerdo de un inquieto mar, gritar sus añoranzas. De pronto, un pequeño ser apareció, cara de sabio y viejo anciano, cuerpo pequeño y vacío de manos. Sorprendida por su ancestral cabeza y pequeña talla, le sonrió amabilidad. El pequeño ser sin boca, le habló. Atenta lo escuchó. De repente desapareció y dejó en su mente grabada la palabra “paciencia”. Ella comprendió: Sabia y vacías manos. Siguió caminando y vió como el Sol, perdía su intensidad, como la nube llegaba acompañada de oscuro color, como el viento en su silbido carcomía silencio y como el aliento del bosque comenzaba a exhalar, ronco y profundo desde su garganta. Las grandes lianas del espíritu de mi bosque se enredaron a sus piernas, las sujetaron y poco a poco exprimían sus ansias por seguir caminando. Intentó quitárselas, pero llegaban más, muchas más. No las sentía y el dolor ya rasgaba su vientre. Se desmayó, aletargó su pequeño sueño y al despertar vio como aquellas lianas ya no estaban en sus piernas, solo la observaban y a su lado, aquel pequeño ser, sabio y vacío de manos. Lo escuchó. “Son dudas y mientras esté contigo solo te mirarán, pero jamás te poseerán”. “Ven, te guiaré y así me conocerás”. Se dieron la mano y aquel pequeño ser sin boca, siguió hablando: “Soy el dueño de este bosque que él (se refería a mí) fue creando, sembrando y poco a poco iluminando. Nací sin un escrito sexo,  crecí entre malezas y viejos arbustos, tantas veces exiliado por los nervios de las inquietudes, tantas veces despreciado por sueños inacabados y tantas veces odiado por el Tiempo. Siempre a su lado, siempre incondicional, siempre luchando por sus miedos y siempre, su leal y mejor espadachín”.
                               Y el camino se abría a sus pasos, todo era luz, belleza y armonía. Habían miles de seres ahí, unos disfrazados de música y otros de ilusión, unos sacaban miel de lo que parecía un podrido tronco y otros, contaban las cien Lunas que amanecían en cada horizonte creado en aquel sueño. Ella no lo podía creer, pues mi relato era otro, era triste y agónico. El pequeño ser sin boca, no paraba de hablar: “Un día me contó de ti, juntos reflexionamos y nos fundimos en un gran abrazo. Me hizo dueño de su bosque, me pidió recibirte y guiarte, me pidió que me mostrara tal y como soy, pero que no lo mostrara a él, tal y como es. Como puedes ver, mis manos están vacías porque en él, todavía no estás. Tú lo sabes, mi nombre es “paciencia” y desde que me hizo dueño de su bosque, en mí te espera y en silencio te ama. Ven, te mostraré la salida porque él ya despertó, empieza a recordar este sueño y su amanecer ya huele a café y a ti “.



      

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