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domingo, 26 de marzo de 2017

CINCO COPAS, CINCO MUJERES...


              Me tomé aquella primera copa pero su tinto todavía no estaba maduro, sus gotas jamás descolgaron en aquel cristal y su olor no tenía sentido. Preñó mis labios de su falsa tintura, durmió mi lengua en su acorchado bouquet y desparramó saliva que jamás quise tragar. Letargo y pesadilla, inocencia de una inquieta juventud, pecado hormonal y vacío existencial.
              En el primer bar, descorché mi pesar y entre risas y tequila, se ofreció una segunda copa. Ésta venía servida en bandeja de plata, entre olanes de finos hilos y cristal de seda. Su caldo escurrió lento en mi garganta, el rojizo ámbar de su color encogía mis labios y su sabor…Su sabor era algo tan excelso que nunca una piel hubiera podido pegar tanta fragancia, que nunca  el pulso del profundo deseo habría estado tan cerca del cielo y que nunca el erotismo hubiera podido expresarse con tanta sensualidad en un simple tubo de acero. 
              La vida me ofreció una tercera copa.  Cristal forjado y trabajado. Música en los dedos al tocarla, cicatrices bordadas en su natal Bohemia, experiencia irrompible en su talla…Lista para acoger mis tintos ya maduros y un poco añejados. En ella, los deslicé con suavidad, dejé que la impregnaran, consentí  una suave inclinación y la llené de sofisticadas humedades. Acerqué mis labios, olí profundo, dejé que un poquito de él nadara en mi boca y engullí su arrogancia de sabor. Entonces sentí el amargo destino de la distancia entre aquella copa y mi tinto, tembló y se despegó, vibraron sus cicatrices, calló la música y en mi mano se quebró.
              Escribí calles, pisé otros mares, nadé entre valles y montañas, di forma de copa a muchas nubes y quise convertir en cristal las arenas de mis playas. Me refugié en el total ostracismo, apagué luces y juzgué por igual días y noches. Rasguñé blancas paredes de soledad, tumbé las puertas de la oportunidad con la desesperación de mis puños y entre lágrimas solo la luna pudo coser mis heridas. Y en silencio, escuché como el viento se transfiguró en mi cuarta copa, esa imaginada mujer que solo los poetas podemos sentir sin tener.  Pesada y golosa, jamás se llenaba. Cada vez que se sentía poseída, llenaba sus bordes con el rayo, sus paredes con el miedo y sus transparencias con el infierno del vacío. Era mi copa, la copa de la introspección medular del ser, la copa de mis individualidades y la copa de mi falsa libertad.
              En el sueño, anhelo. En el amanecer, ilusiono…En mis noches me perdono y solo le pido a la vida una quinta copa. Quiero esa copa, porque mis tintos ya son añejos y sus olores todavía respiran sensualidad. No la quiero de vidrio templado ni de cristal de Bohemia, quiero una copa hecha con las manos del cielo, con la ternura de la luna y que resplandezca con el destello de las estrellas. Solo le pido al destino, que la ponga desnuda en mi mesa, boca arriba, presta para recibir mis tintos y hecha solo para mí. Porque en el arte, en ella grabaré mi poesía, en el sabor dejaré que mis besos exploten en ella y en la libertad, dejaré que mis sueños la llenen…Cinco copas, cinco mujeres.




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