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martes, 21 de marzo de 2017

Y EL CIELO ME CONTESTÓ...


           Sentir que el viento azota tu cara, solo es una caricia del cielo. En su inmensidad respiramos fuerza y en su azul, la intensidad  de su regazo.

           6.30 am. Despierta trémulo el horizonte. Los pétalos de mi jardín todavía no se atreven a vivir, poco a poco empapa el rocío las viejas pisadas de la noche, naufragan los últimos alientos entre sedas hechas sábanas y algodones despechados en ternura de almohada. Quizás el primer café solo sea el inicio de lo cotidiano, quizás esa mirada perdida en la ventana solo espere la muerte de tanta rutina o busque la razón que explique el cansancio de una vida. El silencio aturde inquietud, la ducha espera y no sé porque, mi alma se agita.

           8.00 am. Acaricio de jabón mi cuerpo. De repente el agua se convierte en hielo….¡Se acabó el gas!...Suena el teléfono, tocan a mi puerta, el trueno hace su aparición y se va la luz. ¡Calma! Una cosa después de la otra es mejor que todas a la vez. Pienso prioridades. Armo mi valor y dejo que la fría agua me enjuague, me exprime la toalla y se envuelve a mi cintura con precisión de serpiente, el teléfono deja de sonar justo cuando contesto, le grito a mi puerta un ¡Ya voy!...Suspiro para que el amanecer despeje las nubes del cielo y pueda bajar las escaleras sin matarme. Tiembla mi puerta en su ansiedad, la abro….¡Nadie! Solo dejaron una carta encima del “Bienvenidos”. Empapada por la incesante lluvia y medio abierta por la torpedad de mis dedos, dejo que seque sus noticias a un lado de mi cafetera. No hay prisa en abrirla, porque como pinta mi día, debe ser un requerimiento de un olvidado pago o una multa. Miro de reojo mi teléfono, intento buscar la llamada perdida y mi estupor se enrojece al verlo mojado, tieso, mudo y muerto. Sensacional, sin luz, incomunicado y cabreado.

             8.45 am. Ya debo disfrazarme de humano, poner cara de estrés o de fingida felicidad, permitir que se den cuenta de que mi camisa está recién planchada y que mi perfume es caro. Zapatos limpios y brillantes, suave gel, crema de coco y cinturón de piel. Abro la puerta, la calle inundada, no se ven aceras vivas y las alcantarillas recuerdan en su alegre borboteo aquellas promesas de aquellos políticos que jamás cumplieron.

             9.00 am. Debo subir la raya de mis planchados pantalones hasta la rodilla. Ya no hay brillo en mis zapatos, solo agua. Subo a mi coche, arranco. Llego a la puerta del fraccionamiento, no hay luz por lo tanto el control vale para dos cosas (luego les cuento), el vigilante de turno no ha llegado y el otro ya se le acabó el turno. Todo un dilema. Soy el primero de la fila y el segundo, el tercero...etc…Esperan en silencio que yo solucione el problema. La lluvia arrecia, mi paciencia flaquea, el rayo dibuja fuego en el cielo y el trueno relincha, el vaho me aparta del mundo y se opaca la imaginación.

            9.15 am. Empiezo a sentir ese cosquilleo que te invita a explotar, ese temblor de puños que huele a azufre, esa ansiedad que no tiene respuesta y esa dulce abstracción que solo un parabrisas te puede dar. Pienso y ejecuto. Me bajo del coche, ya mis pantalones comprendieron la situación y mis zapatos aprendieron a nadar (son autodidactas). Hay que empujar mecánicamente la puerta. Me dirijo con decisión hacia ella. Está muy pesada y el agua no ayuda. Me quedo mirando al segundo coche, al tercero, al cuarto y pierdo mi insistencia al ver que nadie se baja. Todos cuidan sus zapatos, sus pantalones…Y todos quieren que sea yo, quien solucione el cisma de este día, o eso me pareció.

              9.30 am. Saco el niño que llevo adentro. Me quito los zapatos, los calcetines y mis pantalones. Con cuidado dejo que mis pantalones, descansen sobre mi brazo izquierdo, encima de ellos pongo mis empapados calcetines y cojo mis zapatos con los dedos de la mano derecha. Creo que ahora si tengo su atención. Reconocerán que mis zapatos hace media hora tenían brillo y que mi cinturón es de piel, aunque mi caro gel ya dejó de existir. Uno por uno, paso al lado de aquellos callados coches, saludando con mi cabeza y regalando una sarcástica sonrisa que jamás había ensayado (salió natural). Llegué a mi casa, me quité la ropa que me quedaba, obligué a mis toallas trabajo extra y me serví una copa de mi añejado brandy.

             10.00 am. Prendí un cigarro y me relajé. Cesó el trueno, amainó la lluvia, volvió la luz…Y tocaron repetidamente la puerta. No contesté, calé profundo mi cigarro, tomé de un trago mi copa y después otra y otra (solo tres)…Y grité “Ya voy”, pero permítanme…Me acordé de aquella carta que estaba descansando bajo el poquito calor de mi cafetera. La puerta seguía bailando en su madera y yo en mi dulce tragedia. Remitente “El cielo” y decían sus letras: “ Medio siglo pidiéndome que cambiara el color de tu vida y que yo cambiara el mío, medio siglo explicándome que siempre soy el mismo, que tus horas se cuentan por rutina y que tus sentimientos solo sienten lo de siempre, que tus lágrimas siempre recorren el mismo camino y que tus besos no se atreven a ser diferentes, porque el amor siempre es igual. Hoy cambié mi color, hoy cambiaste tu rutina, hazlo siempre…Cuando no puedas solo, ¡Desnúdate! Que yo te abrigaré.”

             10.10 am. Me quité la toalla, abrí la puerta. Sentí unos ojos exclamar o quizás desear y en sus manos deposité las llaves de mi coche…Ahora solo espero que mi cielo me abrigue, mientras tanto seguiré investigando los olores y sabores de mi brandy  y calando con firmeza, la tierra de un buen tabaco.


            
           

           

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