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lunes, 10 de julio de 2017

ENVEJECER...ES RENACER.


                 Amanecí en mi espejo y me vi llorar porque jamás imaginé envejecer sin ti. Repasé mi cuerpo y estiré sus arrugas, pero sin más, se volvían a juntar. Busqué el dolor en las hebras del olvido, lo acaricié y me mostró sus cicatrices, pegué mi saliva en viejas, en abiertas heridas y solo hervía en cada una de sus burbujas. Arranqué costras en la coagulación de mi sangre pero en los dedos del recuerdo se deshacían, abrí mi alma y descubrí toda una colección de secas lágrimas, que día con día estuve sembrando. Una por una las tomé y no pude con su dureza, una por una las leí y en el temblor no pude recitarlas, una por una las miré y como bola de cristal, juntaron la tristeza de una historia.
                Rebasé el portal de mi casa y vi un niño jugar. Sentado en mi acera, armaba un rompecabezas. A su lado, en una banca de piedra a la pared adosada, un jubilado maduro, escudriñaba palabras en el crucigrama de su diario. Los dos pensaban, los dos robaban tiempo, los dos respiraban sumidos en una atención. Pero uno era niño y el otro, viejo.  Atento los miré. El niño dejaba su rompecabezas y jugaba con una pelota, su mamá reclamaba su atención desde un balcón, el niño subía escaleras y bajaba con un suculento bocadillo. El viejo, seguía sumido en sus palabras cruzadas. Y llegaron sus amigos y el niño, jugó a otra cosa y después a otra. Eran carreras y escondites, risas y retos, imaginación y juego tras juego. El viejo anciano, seguía sin resolver su crucigrama. En uno de sus escondites, el niño se refugió bajo los pies de aquel hombre que aparentemente ni se inmutó. El encargado de encontrarlo, caminaba cerca y el niño se acurrucaba, casi en forma fetal. El anciano, tomó su periódico, lo deshojó y sus grandes páginas taparon al niño. El caminante se alejó y el anciano susurró quedito “¡Ahora!”. Salió el niño corriendo como bala y se salvó. El viejo sonrió, también se sintió ganador (sus ojos lo delataron). Regresó el niño, le dio un beso en la frente y un “gracias” sincero. Algo le dijo el anciano al niño, éste lo abrazó y siguió jugando. El maduro hombre sonrió y una lágrima atravesó su mejilla de norte a sur.
                Despacito me acerqué, me senté a su lado y como pude le comenté lo que acababa de ver. Y enseguida me dijo “mira compañero (¿sería por las incipientes arrugas?), me acaban de dar una lección de vida. Hoy entendí que la vejez no es excusa…No es excusa para vivir pegado al recuerdo, a una distracción o a los miedos que aprendimos. La vejez debe ser hermosa, libre y calculada. La vejez es la máxima expresión de la libertad, porque no hay nadie más libre que el que está bien aprendido, bien amado, bien luchado y bien preparado para renacer. Y el Universo, nos enseña que nada está quieto, nada se detiene y que todo se reinventa cada día, cada noche y cada nueva Luna. ¿Viste al niño? Jamás estuvo quieto, se reinventó a cada momento, sintió, jugó, corrió…Y yo sentado en esta banca, consumiendo una vida que alguien me regaló y que ahora la detengo para que en mi ignorancia, pase más despacio. Pero eso sí, ¡Lo salvé!”. Sonrió maliciosamente, se levantó, me dio la mano y me deseó suerte. Y la reflexión me dio un golpe, el tiempo se detuvo, abrió su gran boca y me dijo: “¿Entendiste?.
               Reinventé mi vida, entendí que la incipiente vejez (esa etapa que ni eres adulto ni viejo, esa etapa que no sabes dónde estás), es el momento culminante de una vida, el instante donde el aprendizaje pasa examen, la experiencia produce escalofrío, el pensamiento quema tiempo y las arrugas embellecen nuestro cuerpo. La personalidad del ser, desata todo su coraje y por fin se realiza, la sangre corre más despacio pero más intensa, la poesía escribe verdaderos sentimientos y los ojos miran diferente. Entendí que el amor es para siempre pero no siempre con él o la misma, que tus huelas son muy débiles hasta este momento y que ahora debes pisarlas con más fuerza, que la vida es prestada y como tal hay que rendirle intereses y que un abrazo sino sale del alma, mejor que se lo den a una farola. Puedes escuchar una melodía a los dieciocho años, a los treinta, a los cuarenta o a los cincuenta y cinco y jamás sentirás igual. Y hoy, a una semana de cumplir mis cincuenta y seis, puse una melodía, esa melodía que un día por primera vez, bailé pegado a una mujer, esa melodía  que a través de mi vida algo significó, esa melodía que a punto de terminar fue la excusa imborrable de mi primer beso, esa melodía que hoy desvanece secas lágrimas en mi alma, la que provoca que mi saliva ya no hierva en mis heridas y la que escribe un verso en cada una de mis arrugas para explicar vida. Escúchenla y acompáñenme:  “Amore grande, amore líbero”. Vivir es aprender, reír es aprender, sufrir es aprender, llorar es aprender y envejecer…Es renacer.



                

                

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