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martes, 7 de noviembre de 2017

EL BAILE DE LOS SENTIMIENTOS...


                       Y pensó un día Quevedo en un gran trasero pegado a un pequeño cuerpo, se ruborizó, cambió y escribió una enorme nariz pegada a una normal cara. Imagino a Quevedo en su tiempo, rodeado de hermosos traseros y grandes sombreros, de largas narices mentirosas y encarnados labios sonriendo. Eran otros tiempos, donde la prosapia esgrimía cierta burla, vivía callada y solo en los ojos expresaba su viveza. Quizás ahí nació el famoso “bullying”, quizás siempre fue, quizás cuando Eva le dio una manzana al primer hombre, Adán se asombró de su pequeña entrepierna y mejor comió el fruto prohibido, que quedar en ridículo. Quizás sucedió, quizás nadie lo vió…Quizás jamás sabremos lo que Eva le dio, ni lo que Adán comió. Pero de lo que si estoy seguro es que la “serpiente” fue parte del primer encuentro entre el amor y el desamor  en la historia de la humanidad.
                  Desde entonces, la serpiente es símbolo sexual, el pene se mide por el tamaño de la nariz y los grandes traseros no solo caminan sino que también eclipsan lunas. Las caras son más pequeñas, las narices más grandes, los cuerpos sutilmente contorneados y los traseros más apetecibles. El sexo ya no esconde sus virtudes y sus defectos ya no existen. Tiene todo lo que un humano puede pedir. Se compra, se vende, se disfruta, se llora, se prostituye, se imagina, se anhela, es tristeza, es rencor, se desea, se suplica, se lee, se canta, se lucha, se discrimina y hasta por él se mata. Es como un juguete que todo lo tiene, como un sueño que puedes conseguir por teléfono o como una lámpara de las mil y una noches, que puedes frotar en la magia de la virtualidad. ¿Y el amor?...
                       …Y emprendió una cruzada el amor. Vió que todo era bello: La vida, una discusión, un sólo de alegría, un café entre dos (amaneciendo mejor), la dulce melodía de una flauta, una cena bajo velas, el incienso aromatizando unas paredes, un niño jugando con su yo-yo e incluso una triste anciana tejiendo para un señor que no le dijeron, acababa de morir. Todo era bello, en todo había amor y él en su orgullo, cargaba laureles y deshacía dudas.
                        Un día, alguien tocó su puerta. Era un sentimiento desahuciado, triste y muy llorón. Al ser preguntado, contestó que su nombre era “desamor” y le dijo al amor que en su espejo se mirara. Dudó el amor pero a su habitación se dirigió. Se miró y sonrió. Pensó en su hermosura, acicaló su cara y medio se acarició. El “desamor” lo retó otra vez y le ´pidió que detrás de él pusiera otro espejo. El “amor” pensó en un juego. El “desamor” frunció el ceño, fue al baño y se trajo el espejo que yacía colgado por siglos y siglos, amén. Lo puso detrás del “amor”. El “amor” brincó. Vio al “desamor” reflejado en el espejo. Buscó y lo vio a un lado. Buscó otra vez y lo vio en el espejo. Buscó y buscó y estaba a un lado y en su espejo. No era normal y el “desamor” le explicó que eran la misma entidad. Que sin uno, no existía el otro y que los sentimientos eran los mismos en uno que en el otro, solo que más intensos a veces en el uno que en el otro. Y explicó: “Tú, das intensidad y yo al mismo nivel “frustración”, tú das esperanza y yo una profunda desesperanza, tú das sueños y yo miedos, tú das posesión y yo a veces una malentendida libertad. Pero en el fondo somos lo mismo. Sin ti no soy, tú puedes ser sin mí pero recuerda que siempre estoy, como en el reflejo de tu espejo”.
                        “El amor” no se tragó el cuento. Se vio como en Luna menguante o como Sol eclipsado. ¿Sería esquizofrénico? ¿Una entidad con doble personalidad? ¿Un error de la Creación? Debía averiguarlo y pensó como. Los culpables no son las personas, son los sentimientos. Las personas son como son: imperfectas. Los sentimientos en cambio son perfectos: Surgen, fluyen, crecen, explican, caminan huellas y nadan cuerpos, recorren lágrimas y agrietan labios, sonrojan mejillas y entrelazan cabellos, besan y muerden pero también tiemblan y respiran ajenas exhalaciones. Un sentimiento es y una persona tarda una vida en saber que es y a veces su secreto  la muerte se lo lleva y en su imperfección debe renacer y renacer. El sentimiento nace aprendido y la persona jamás aprende. El sentimiento escribe sus propios versos cuando la persona solo los lee. El primer sentimiento es “amor” y la persona experimenta, lo pone en su tubo de ensayo, en él se recicla y cuando lo ve a media luz, lo convierte en otra cosa, simplemente en “desamor”.
                         Estaba sentado en la posición de “pensar” cuando una idea se le ocurrió. Organizaría un baile por todo lo alto. Invitaría a todos los sentimientos más altos y a los de baja alcurnia les pondría una pantalla gigante para que lo siguieran desde la calle. Pensado esto, organizó el baile. Su propósito: Enseñarles que no porque las personas sean imperfectas, deben de caer en su juego. Que ellos en sí mismo son y que las personas solo los sienten. ¡Qué equivocado estaba! Al ser los sentimientos tan disparejos, organizó el espacio en cuatro salones: El primero más romántico con un cuarteto de jazz, el segundo un poco light con un mariachi, el tercero tipo “disco” con música electrónica y el cuarto más espiritual con música para curar almas y cosas parecidas.
                      Y empezaron a llegar los invitados. La primera en llegar fue la tristeza, se fue directa al cuarto salón. De vestido esponjado, calzaba un mar de lágrimas sin marca y por bolsa un puño de pañuelos hechos nudo y otro entre sus pechos. El segundo en llegar fue “el amor propio”. Éste se fue con el Mariachi y antes de saludar apartó su botella de tequila, sus limones y sal en grano. Vestía desnudo de gimnasio y su mano acicalaba con desmesurada constancia su incipiente barba. El tercero en llegar fue “el cariño”, vestido con sedas de ternura y bragas de caricias último gemido, gafas de sol de marca y trenzas tejidas de lunas y estrellas. Se fue al primer salón. Se sentó encima del piano, enseñó sus largas piernas y al viejo negro del saxo se le cayó el puro. Extendió sus brazos y el humo se hizo intenso. El bajo tocó y el piano tembló teclas. Como pudo el saxo respiró y una trompeta gritó. La cuarta arribó, la puerta se rompió en cien pedazos, pestañearon luces y hasta “el amor” entornó los ojos y de lejos miró: Era “la osadía”. Y el “amor” preguntó y el “desamor” raudo contestó: Es mi dolor de cabeza, cuando se acaban los sentimientos, siempre llega ella. Y la osadía se fue al antro, se puso a bailar y el DJ asignado sintió el escalofrío de la noche. Vestía sutil transparencia, era hombre y mujer, saliva y resequedad, temor y valentía, frío, fuego, lava y mar. Sus ojos miraban lanzas, sus pechos erizaban piel, su cintura guardaba el baile de mil músicas y su bajo vientre el vigor de cien centauros. Era única, el “amor” casi se enamora pero el “desamor” le tapó los ojos, volteó su cabeza y le mostró al quinto invitado: “La tentación”. El “amor” le pidió a seguridad que la echaran, no era un sentimiento a lo que el “desamor” contestó: ¿No lo es?¡Es más fuerte que tú y el ochenta por ciento de que yo exista! “El amor” entendió y pensó “A esa tengo que arreglar”. Vestida de mujer perfecta y andrógino sublime, tacones, ensalzado trasero, ombligo de excelso bisturí y senos de sirena. Labios de antojo, ojos de cielo y nariz de suave viento. Cabellos lacios y entrecruzados en sus hombros, piel de visón, lengua esponjada, dientes de mármol y caderas derramando miel. Se fue al salón del jazz, el cariño se arrugó, bajó del piano y sentó su poesía en el rincón de una oscura mesa. “La tentación” arrebató el puro al viejo negro del saxo, nubló su cara, mostró su trasero al del piano y el bajo tocó alto, la trompeta cambió su grito por un sordo y particular gemido y el piano…¡Qué les cuento del piano! Pobre hombre con el trasero de la “tentación” al descubierto sobre su lánguida cara, sus manos ya no sabían si las teclas eran negras o blancas si el bemol estaba en el pentagrama o si sus pies pisaban pedales o era su alma. Y seguían llegando los invitados. “El amor” estaba aprendiendo, “El desamor” recordando…Y la fiesta empezó.
              Las bebidas iban y venían, los camareros de smoking, pants y tenis iban sobre patines para dar abasto. Los cantineros pedían más limones y sal en grano porque “el amor propio” era inalcanzable. Llegó la espiritualidad. No sabía a qué salón ir. “El amor” la vio y la sentó a su lado, junto a la caja y a una fuente interminable de agua de vida para que sentara en ella su comodidad. Arribó un poco apresurada “la depresión” creyendo que se le hacía tarde. Preguntó dónde, “El amor” encogió hombros y se sentó en la entrada. Pidió un café negro sin azúcar y se quedó viendo los cuatro salones a ver quién caía en sus brazos. Al ver que nadie sentaba sueños en su regazo, se interpuso quisquillosa entre “el amor” y “el desamor”. Siguió la fiesta hasta que la noche se cansó: De un manotazo arrancó el color de su cielo y sembró con suma alevosía la fogosidad de su Sol.
             Quiso “el amor” despedirse de sus invitados sin haber logrado su cometido, pero un hombre llegó. Imperfecto como todos, seguro de su inseguridad y alardeando quien sabe que don,  sentó sombrero y vara junto a la primer barra que encontró. Un martini pidió y una aceituna brincó. Observó y con un chasquido en sus dedos, al amor llamó. Le dijo que lo acompañara porque enamorado estaba y le explicó de quien, como y cuanto la quería. Brotaban por doquier las palabras y uno por uno aquellos sentimientos fueron abandonando los salones y en silencio aproximaron sus virtudes cerca de aquel hombre. Mordió su cuello la tentación, el amor propio quiso mostrar su inflexibilidad pero el tequila ya había dormido parte de su poder. La tentación ya rasgaba los botones de su camisa y el amor pendía tembloroso de uno de sus hilos. El cariño unió sus fuerzas a la dulce tentación y aquel hombre veía como el amor se alejaba cada vez más. Abrigó la osadía su pensamiento y se atrevíó. La espiritualidad corrió despavorida a buscar “al amor”, sentado en la última mesa del último salón, escribiendo un pulso de tequila y limón con la tristeza bajo el juicio de la solemne depresión. El amor poco a poco estaba convirtiendo su piel de miel en ásperas escamas, su transparente mirada en lágrimas y su corazón en una gran coraza de acero toledano…Resbalaba su ternura para jamás volver, sudaba caricias que nunca más estarían en una mano y poco a poco se fundía en su gran espejo, pintando ya la figura del desamor.
             La espiritualidad miraba alto y fijaba un deseo nube por nube. Cerró su mano, apretó puño y con toda su fuerza rompió en dos aquella mesa. Saltó la tristeza, cayó en sus bruces la depresión y despertó el amor de su letargo consentido. Sentó su fuerza enfrente del amor y hecho esto, explicó: “Quisiste demostrar la imperfección del hombre frente a la perfección de los sentimientos y el que fallaste fuiste tú, ni el hombre ni los demás sentimientos. Te llamas “amor”, el más puro, el que más se anhela y por el que más se lucha, pero eres tan cotidiano y tan usado que ya tu perfección has perdido.”
             Y “el amor”, secando sus lágrimas de incomprensión, solo asentía con la cabeza. Y prosiguió la espiritualidad… “Todo el mundo te tiene y en su imperfección, te hacen imperfecto. ¿Cuándo fue la última vez que te sentiste seguro, firmemente enraizado en un alma, respirando pureza en el corazón y escribiéndote sin parar encima de una piel?”
             Sonreía picaresco “el desamor” ya en posesión de aquel hombre, cuando la espiritualidad de cuajo lo arrancó y abriendo la mente de aquel hombre, sembró: “Lo que tu sentías no era amor, porque ni era puro, ni noble, ni por sentido lo tenías. Era un pequeño sentimiento vestido con dudas y recelos, con lentejuelas de un mundano placer y motivos esquivos de soledad, con emociones sentidas pero no con el alma, con pulsaciones de un mareado viento pero no con el latido de tu corazón. Y ahora lo que tienes es “nada”, un vacío que ni el “desamor “ se atreve a llenar. “El amor” tiene razón, los sentimientos son perfectos, fluyen y viven, jamás se destruyen y todo transforman, pero tú, eres tan imperfecto que a cualquier cosa le llamas sentimiento, a cualquier emoción enamoramiento y a cualquier duda de tu corazón, amor. No te desnudes ante la primera tentación, mejor hazlo con tu alma y léela porque solo cuando entiendas de que está hecha y para que está, podrás escribir la pureza de un sentimiento”.
               Y “el amor” cabizbajo, dio por terminado el baile. Se fueron los sentimientos y aquel hombre en estos momentos está en algún lugar, desnudando su alma (espero sin tequila, sal y limón).




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