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miércoles, 20 de diciembre de 2017

LÁGRIMAS DE AMOR.


                   Crece una ilusión, la caricia aprieta el alma, una ternura toma su forma y el tenue cosquilleo invade intimidad. Grita el niño un sueño, se desbarata despacito una nube y el cielo llora, recoge un trueno su rayo y el viento ya silba esquinas, pide el mendigo un trozo de pan y mira estresado un árbol a su perro…una pequeña abeja hace miel y una Luna se la roba. Mira el sabio su entendimiento y la roca piensa su peso, escucha el equivocado un consejo y un pedazo de razón corre desnuda, disfrazada de un ajeno orgullo.
                   Camina un hada en busca del profundo bosque, allí donde el sentimiento enreda memoria, el frío nada en sombras, las espinas erizan sus tallos y los olores confunden humedades. Ya sus alitas no transparentan dulzura, sus ojos miran tristeza y sus manitas no se atreven a tocar su cara. No puede volar, su corazón casi no late, la piel tiembla y sus huellas solo pintan las escamas de un perdido deseo por vivir. Emerge absoluta y vanidosa la oscuridad, corroe el miedo cada pisada, el aire azufra su oxígeno y el bosque se convierte en un gran laberinto de fantasías: hablan los musgos, se retuercen los troncos en sus árboles, las hojas vibran y las flores cambian de color, crecen los insectos, el polen camina, el eco copia un  rasgado silencio y el cielo olvida sus estrellas.  Un río estriñe su cauce, huye el lagarto y la serpiente trepa, la viuda araña alucina con su hongo, el follaje se convierte en brasa y un  murciélago revolotea entre círculos de humo.
                   Cae exhausta y recuerda que un día fue mujer, que una historia de amor la protegía, que unas manos de ternura la llenaban, que sintió por años la intensidad de un beso y que una mirada siempre la adoraba. Mira sus manos y entre vacíos encuentra la razón de una decisión, la valentía de su transformación y aquel libro que al tocarlo, dejo de ser mujer para ser hada. El hechizo de unas letras cambió su piel, la mirada y su destino. Aquel amor jamás se despidió, la muerte se lo llevó y solo unas tintas dejó: entre versos de agonía, rimas de ilusión y sueños de eternidad dejó un deseo escrito, un deseo de posesión…una caricia de su pasión. Y aquel día el libro se abrió, la mujer leyó y en hada se convirtió, en hada de luz condenada a vagar entre las sombras de la nostalgia, entre las fauces del recuerdo y siempre pensando en la última voluntad de aquel hombre: “amor de mi vida, destino de mi eternidad, cielo de mi luz,  serás hada y en mi espíritu por siempre volarás, serás hada y en mi alma tintinearás, serás hada hasta que la memoria te de libertad y vuelvas a ser mujer”.
                 Y el hada no podía dejar de recordarlo, las sombras ennegrecían, la vida se apagaba, el aire no respiraba y el pesado olvido no oprimía su pecho. Abrió los ojos, perdió su mirada en el primer aliento de un viento y una fantasía le habló: “ámalo intensamente, deséalo en luz, exprime su recuerdo hasta que la mente duela y llóralo hasta que no quede una lágrima en tu cuerpo. Recoge cada lágrima en el cuenco de tu mano y despacito míralas, siente como cada parte de él está en ellas, ponlas sobre el pétalo de una rosa, ve al río y déjalo ir”.
                 Así lo hizo el hada, así hoy lo recuerda la mujer. El apego es deseo pero el verdadero amor es libertad. Lo dejó ir y ahora cada vez que camina por el bosque respira su olor, cada vez que mira al cielo ve su estrella y cada vez que lo recuerda, se siente más mujer.


                  
                    
                  

                    

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