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lunes, 1 de enero de 2018

2018

                Hoy empieza un año, un tal 2018 que llegó para quedarse, que se desprendió del cielo para que un sueño empezara de nuevo, para que una imaginación creciera y para que una caricia se inventara en cada una de nuestras pieles. Un año todavía virgen, lleno de música y colores, de promesas y juramentos, de visiones y emociones…de viento y de lluvia.
                Lo trajo el cometa desde su infinito, lo llenó de besos la Luna de la eterna ternura, lo arrolló en su regazo el Sol del Creador y lo llenó de estrellas el paraíso del Universo. Nació entre sedas y algodones de la nube más joven, mamó pechos y comió dulces calostros entre alas de ángeles, bebió de la ilusión de los mares, creció despegando cien horizontes y caminó solo, apartando las ramas del cosmos.
                 Llegó a la Tierra a la montaña más alta, lo esperó el más sabio, soltó su manita y un pequeño cabello de barba le quitó, en su puño lo vio y entre sus labios lo besó: el año ya era humano. El sabio de frente lo miró y su aliento le dio, dos mil dieciocho exhaló, tragó, suspiró y entendió: el año pensó. Se cruzaron las miradas, un alma se abrió, el sabio se encogió, una tinta escribió y el año de sabiduría se llenó: dos mil dieciocho aprendió. Mostró el anciano sus manos, el vacío gritó, el precipicio saltó y el eco gimió: el año sintió. Abrió su mente el sabio para que la historia se mostrara, rugió la leyenda, sonrió una anécdota, vibró la nostalgia, lloró la vida no hecha y se convirtió en dulce mimo la expresión de una libertad: el año adivinó, abrió sus brazos y en su regazo de ternura arrulló a su sabio.
                 Bajó de la montaña el año, raudo piso piedras, con su coraje atravesó ríos, nadó mares, escaló edificios, pisó cien playas y le pidió al viento su tiempo, al espacio su vacío y al hombre que convirtiera el aire en artificiales fuegos…y las luces quemaron cielo, los colores truenos y los rayos sombras, bailó la melodía con su piano, el jazz con su saxo, el juglar con su flauta y un violín con una tristeza:  sentaba un niño el portal, tejía una anciana bajo ceras y un mendigo mostraba vacías manos al resplandor de una farola…caminaba la soledad de casa en casa, desequilibraba una balanza su comida y un cura repartía sermones que un estomago no llenaba. Viajaba el político en su jet mientras un hombre sus zapatos pulía, lloraba un bebé porque harto de comer tenía sueño y gritaba una boquita porque el pan no conocía, mentía el pobre sus kilos mientras su vecino aparentaba lo que no tenía, anhelaba la calle un sueño pero el sereno guardaba sus llaves, el amante fingía su amor y el deseo su pasión…el violín tocaba y estupefacto, el nuevo año miraba y miraba…y miraba.
               Se rebeló el año, el cielo absorbió fuegos y castillos, paró el tiempo sus manecillas, se perdió el espacio en el primer negro agujero y el hombre se paró, vió, se preguntó, se abrazó y no se encontró, reflexionó, arrodilló sus bruces y cambió: la soledad dejó de abrazar su pared, el niño compartió, el pan se conoció, el frío se tapó, el político viajó en burro y un perro lamió sus zapatos, el cura mejor calló, el pobre abrió sus puños y el vecino tocó su puerta porque dejó de aparentar. La calle reinventó su elegancia, el sereno compartió sus llaves, el amante no fingió, el deseo humedeció su pasión  y el violín tocó esperanza.            
              Dos mil dieciocho cerró sus ojos, creyó que todo era verdad, que todo sucedió, que todo cambió y se atrevió. Entre nosotros nació, nos abrazó, nos besó y nos preguntó: ¿en realidad, habéis cambiado para merecerme?



       

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