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jueves, 26 de abril de 2018

ESTUVE EN EL INFIERNO.



                Me pidió el sueño que me atreviera y le pedí a mis sábanas que mi desnudez envolviera. Olía el viento raro, el aire a quemado y un aliento a cierto azufre que ya me habían contado. Busqué con rapidez una silueta con rabo, cuernos y cara de bestia, bajo los leños, a un lado de una caldera y por los travesaños de una roñosa escalera. Quería saber si era cierto que estaba en el infierno, si en realidad este era el averno o si una vez más, estaba confundido o perdido en algún dictatorial congreso. De repente escuché gritos, eran desgarrados pero tampoco tan sufridos, no eran de niños ni orgía hecha en gemidos. Me apresuré y a una puerta me acerqué, me anudé fuerte la sábana no me fueran a ver y de una patada la tumbé. Ahí dentro, había un hombre y una mujer, quemados en aspavientos y chamuscados de odio y falta de talento. La mujer gritaba y el hombre escuchaba, el hombre pegaba y la mujer lo miraba, la mujer lo pateaba y el hombre lloraba rabia, el hombre prometía y la mujer mentía, la mujer renegaba y el hombre una copa tomaba. Era un infierno privado, para inteligentes no apto y lejos, muy lejos de un buen teatro. Y se oían más gritos, pero ya no quería ver nada repetido, el tiempo del sueño es escaso y no está permitido gastarlo ni vivirlo perdido. Busque al diablo pero no tuve la suerte de encontrarlo, hablé con el conserje más anciano y me dijo que estaba muy ocupado en quien sabe qué cumpleaños. Despacio bajé unos peldaños, chirriaban como si a cien ratas estuvieran soldados y me acerqué con sumo cuidado a un balcón que decía “humanos”. Me sentí como si estuviera en un zoológico atrapado, vi mi raza sumida en el más absoluto colapso, una película una y otra vez repetida en cada rincón de esta vida: un nuevo holocausto se estaba dando en Siria y el hombre sentado todo consentía, niños, mujeres y hombres por cientos morían cada día, en otro lado la rebeldía se malentendía, la cárcel se extendía, las ideas eran reprimidas y el hombre para poder pensar diferente, tenía que huir deprisa y dejar su tierra y a su gente. El hambre cada día era más grande, se cruzaban desiertos y se ahogaban en mares,  el gobierno no permitía un obligado rescate, las diferencias sociales eran abismales, las carencias infrahumanas y los brazos del poder, cada día más podridos, corruptos y envainando espadas. Cada vez había más ricos ¡tantos! Que faltaba dinero para todos ellos…cada vez había más pobres ¡tantos! Que faltaban lágrimas para sostenerlos.
               Sentí una ardiente mano posada en mi hombro derecho, Satanás estaba al acecho, lo saludé asustado y me quemó al darme la mano: “Ya casi por aquí no vengo, ustedes me quitaron el infierno, ahora está ahí dentro” y me señaló con su dedo, lo que estaba viendo. Despedirme quise pero acercarme no pude, era tanto el hedor que mi cuerpo vomitó un extraño sudor y entendí porque en mi tierra la sangre a quemado olía, las balas a una lepra que poco a poco carcomía y el político al más profundo azufre,  porque del averno venía.
               No nos equivoquemos porque el infierno no está lejos, ni más allá, ni debajo, ni es eterno, no es lo contrapuesto al cielo ni se queman pecadores en hogueras, solo una idea del hombre, que en su empeño, lo puso aquí dentro. Con prisa de aquel ser me despedí, quería acercarme y darle una palmada en su espalda pero olía a humo y al inquisidor Torquemada. Decidí marcharme, decirle al sueño que me llevara a otra parte, explicarle a mis ojos que no había tanto odio ni un infierno humano y así sentirme igual que tantos hombres: mirando de lejos, sentado y con una cerveza en la mano.



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