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domingo, 20 de mayo de 2018

UN CORAZÓN GUARDADO.




          Temblaba la taza en mi mano, café caliente, labios precavidos, dedos atrevidos y un dulce sabor que no entendía que era amargo. Un día aciago, el amanecer nació temprano, mis pies estaban cansados, mi espalda molida y en mis ojos solo una lagaña vivía. Las sábanas mi cama desvestían arrugadas y distendidas, sé que mi almohada de lejos me veía y aquella mesita de noche se alegraba de que hubiera llegado el día. Fracasaba el momento porque el hombre no sabía que sentía,  la luz apagada le pedía ayuda a un alba que no se atrevía y como la ventana sola no se abría, me levanté, recorrí la cortina, de lado miré, toqué su cristal, mi dedo seco saqué y entendí que ni el rocío me daba querer. ¡Qué triste respiré!¡Que sensación de dejadez!¡Que depresión noté que hasta a medias el cigarro tiré! Me desnudé, a la ducha entré, el agua caliente dejo de ser y las agujas del hielo mostraron su poder, de prisa me enjaboné, la incipiente barba afeité y mi boca lavé. Maldije profundo como siempre me enseñé, el café tiré, a la corbata le dije que el nudo era una desfachatez, a mi pantalón la línea le quité y enardecido tomé la plancha y quemé una camisa, una trusa, un calcetín y la funda de un cojín. Era de esos días que todo sale al revés y de repente un conocido sonido escuché. De mi puerta venía el timbre, osado, quisquilloso y seguro de algún vecino que amable no me daría la mano ni unos buenos días con agrado. Por la mirilla espié por si acaso, pues mi casa olía a plancha y a quemado, no fuera un rey fuera de su estado o un político pidiendo votos para el senado. Y lo que vi, me gustó: noventa, sesenta, noventa, ojos verdes, mediana cabellera, piel de muñeca y labios de seda. Abrí sin peinarme, asentí sin escucharla y el paso le permití. Parecía amable, poco risueña, algo inteligente, olía a jazmín y fresas, su tacón no insultaba ligereza y vestía muy fresca. No me dejó ver su transparencia pero en la imaginación la pensé tersa, no toqué su sesenta encima de su cadera pero en la ilusión la sentí cerca, su tanga marcaba pero mi educación no era vana y cuando tomó la taza invitada, vi una grieta en su lengua que a una serpiente me recordaba. ¡Era bípeda! Quizás una marciana o de un extraño ente reencarnada. No sentí miedo y en la sala, empezamos la plática. Me habló de Orión, de Sirio y de quien sabe qué universos, que si nosotros éramos nada o solo el mal engendro de un invento, que un error habían cometido y que por eso decíamos que había infierno, que en el cosmos los mundos vivían paralelos y que cada decisión tenía un cielo. Paré la charla y le dije que todo eso no me importaba nada,  que si algo de mi quería, su belleza guardara junto a su bípeda saliva  porque mi alma ya estaba asustada. Me tomó de la mano, me miró y sin hablar me dijo que el sentimiento me faltaba, que mi corazón estaba vacío, que ya todos los había escrito y que de regalo, un nuevo corazón tenía que ser dado. En un segundo, junto a ella en una extraña tienda me encontraba: vendían corazones, por ella abrazada sentí paz en la entrada, caminé por inercia, recé porque así recordaba y sin darme cuenta, en la primera vitrina, desmayé mi ansia.

           Y ahì, en aquel estante habían dos corazones: uno lleno de sangre, poderoso, rojo y con latido de carne, el otro estaba congelado, seco, pálido, sin latido, pero con dos ojos que ni la mirada habían perdido. De frente sentí que me hablaban y de reojo escuché que me llamaban, vi que aquella mujer en sus manos lo tomaba, su aliento me buscaba, yo la pared miraba pero no logré disiparla. Le dije que no era mejor que el mío, que por favor que no cambiara vacío por vacío pero aquella mujer tomó mis palabras por olvido, me reclamó un no se qué y escupió que por mi culpa lo había perdido, miré debajo de una mesa y recorrí todo el piso…y así distraído, en silencio tomó un cuchillo, mi pecho abrió con sumo sigilo y el corazón cambió sin yo sentirlo. De repente sentí un deshielo, un primer latido y en mi conciencia una voz que me decía “¡tranquilo!”, el espasmo era sufrido y el terror me tenía el cuerpo oprimido. Me obligó a alimentarme porque de rojo tenía que entintarlo, me llenó de fresas y cerezas, me salpiqué con el jugo de un kilo de grosellas y terminé hundiendo mi boca en una sandía que sabía a dulce melodía. Ya mi alma cansada dormía, el sudor empapado de mi piel se exprimía y las pestañas  despacito, ya cerraban el teatro de aquel día.
             Con un gran sobresalto desperté, ya no estaba aquella mujer, bellísimo se vistió aquel amanecer y todos los colores eran más intensos de los que alguna vez pude ver. El rocío era tenue lluvia, una brisa me acariciaba desnuda y el alba era tan hermosa que no había sombra que mostrara una duda. El café olía a su tierra, el pan a su horno, el pajarito a su nido y el pétalo a su rosa, la Luna nadaba plena en un horizonte que por despedida le preparó una fiesta y el Sol, maravilloso y candente, jugaba con una nube que por valiente se le puso de frente. Todo era igual pero diferente, todo en su lugar pero lo sentía distinto, porque lo veía como antes pero lo percibía mucho más grande, no de tamaño sino en su interior, no solo en el color y su intensidad sino que sabía que en ese todo, un alma vivía en verdad, algo más allá de la terrena espiritualidad que lo tenía que guardar. Y yo la notaba, la respiraba e incluso la podía explicar. ¿Qué me estaba pasando?¿Estaba soñando o en otra realidad?¿Qué había fumado si no tenía hierba de la que echar mano?¿Qué me estaba pasando?
              Entre dudas estaba nadando pero vivía algo que quizás solo a veces había imaginado, entre preguntas buscaba esa respuesta que me diera una certeza y entre dolores de cabeza, buscaba una aspirina que fuera parte de la naturaleza. Como sirena me duché y hablé con el agua de manera sincera. En el diálogo estaba cuando alguien tocó a mi puerta, me rebocé con la toalla como está mandado y por la mirilla espié para ver quién era. ¡Era aquella mujer! Abrí con recelo y temor, la toalla del cuerpo se escurrió, ella educada no miró, la mano tomó el dichoso trapo con sumo agrado y la invité a pasar, con mi tesoro ya guardado. No pregunté y respondió, no entendí pero rápido asentí, no la escuché pero todo oí y en el aturdimiento entendió y me volvió a repetir: “ahora tienes un corazón de lujo, lleno de sentimientos y en tu sangre late como si fuera el primero”. Le pregunté por qué había escogido ese corazón tan seco, que tuve que hidratar dándome por entero y que ahora parece nuevo. No dilató en su respuesta y me dejó boquiabierto: “ese corazón tan seco a un ser perteneció, lo caminó, lo corrió, de orgullo lo llenó, de envidias lo sembró, alcoholizó su sangre, sus arterias tapó y nunca uno de sus sentimientos tocó. Jamás amó y cariño no sintió, nunca sonrió pero tampoco la tristeza conoció, no caminó ternuras ni caricias dió, no sintió frío ni calor en el amor… y ni una lágrima jamás, de su ojo salió. El corazón se cansó, su latido poco a poco entre coágulos se perdió y aquellos sentimientos que en él vivían desde el momento en que Dios lo creó, por no utilizarlos, lo secaron, lo colapsaron y en el último infarto, lo explicaron.” Creo que mi asombro la cautivó, me abrazó y en el susurro, otra vez me conmovió: “Este corazón de vírgenes  sentimientos te respira en verdad y ahora de nuevo sentirás, escribirás, amarás, de naturaleza te vestirás, a carcajadas respirarás,  llorarás y cuando sientas que una lágrima ya no quiera resbalar, solo piénsame, porque soy tu ángel de la guarda y otro corazón tengo guardado para ti, en el fondo de mi alma.”




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